jueves, 8 de mayo de 2014

Ausencias

"Siempre las malditas ausencias", se decía a sí misma mientras asistía expectante al concierto. Era la primera vez que escuchaba jazz en directo. Cada verano se celebraba aquel festival en la ciudad: durante el día se impartía un seminario sobre el género a jóvenes principiantes, mientras que las noches se dedicaban a los conciertos de las figuras más representativas del momento. Wynton Marchalis y Chano Domínguez fueron los protagonistas esa noche.


Tras la actuación de Marchalis y Domínguez se organizó una jam sesión en el hall de aquel espléndido edificio, en la que intervinieron los alumnos del seminario matutino, con acceso libre a todo el que quisiera participar en la velada musical. Y allí estaba ella, esperando que comenzara la actuación. Un año atrás hubiera sido inimaginable asistir a un evento como este. Claro, que un año atrás ni siquiera sospechaba que acontecerían aquellas cosas que cuestionaron absolutamente su percepción sobre la vida, aquellas cosas que le hicieron tambalearse por dentro y expulsar lo más auténtico de sí misma.


Los cuatro músicos que componían el grupo andaban de un lado para otro de la sala, organizando el espacio, situando cada elemento en su lugar. Teclados, contrabajo, guitarra y saxo quedaron dispuestos en el rectángulo enmoquetado de azul que daba cuerpo al escenario.


Ella contemplaba la escena ausente, contaminando su mente con aquella maldita idea de que todas las personas que le importaban desaparecían de su vida. Condenada a estar sola, a no sentir, a no amar, pues la consecuencia directa era siempre la misma: la marcha del ser amado. Tenía bien reciente la última historia, todavía le dolía la ausencia del aventurero loco, que había pasado por su vida como un ciclón. ¿Él la recordaría? ¿Habría un momento en mitad de sus agitados días en que la añoraría? Se recriminaba a sí misma el ser tan ilusa, puesto que la respuesta era evidente. Él no había vuelto a llamarla desde aquella noche, y aunque ella conservaba su número en el puesto treinta y cinco de la agenda de su teléfono móvil, estaba resuelta a no marcarlo nunca.


Así pues se dispuso a escuchar el concierto, quiso centrar toda su atención sobre él y para ello se sentó al borde del escenario, tal y como hacían otros espectadores. Saboreó la cerveza bien fría que sostenía entre sus manos. El aire acondicionado proporcionaba una temperatura ideal a la sala. Desde aquel escalón enmoquetado de azul podía sentir las vibraciones de la música, que penetraban en su cuerpo y se extendían suavemente por él. Le parecía que una neblina cubría la atmósfera y se dejó llevar. El guitarrista anunció el próximo tema: "I love you", de Cole Porter. Ah... qué paz... qué sonidos tan envolventes...


Desde aquel lugar privilegiado podía observar los movimientos de los cuatro músicos. El guitarrista mantenía los ojos cerrados y una sonrisa serena, se contoneaba al son de su propia melodía, juntando los pies y flexionando las rodillas de un modo que podría resultar cómico, si no fuera porque al contemplarlo uno acababa participando de aquel pequeño goce.


A continuación clavó su mirada en el saxofonista, en realidad ya se había fijado en él mientras preparaban la actuación. No tendría más de veintiocho años, vestía una camiseta sport color naranja, unos pantalones de algodón con bolsillos laterales, a la altura de las rodillas, y calzaba unas sandalias de piel. Moreno y de complexión fuerte, aunque no demasiado alto. A ella le gustaban los chicos más bien recios, y este tenía una anchura de hombros muy tentadora. El pelo alborotado cuidadosamente con espuma y unas gafas de pasta negra completaban su atuendo. Tocaba con la seguridad y el aplomo de saber en qué momento tenía que entrar, y lo hacía sin vacilar. El saxo tenor adquiría entre sus manos una sensualidad inesperada. Aquellos graves se enredaban en sus oídos, como un ronroneo, y ella comenzó a estremecerse al compás de la música.


Había algo en aquel individuo que a ella le hacía asociarlo con un antiguo romance, una historia ocurrida hacía algunos años, cuya pasión todavía se encendía al encontrarse esporádicamente en los bares de copas al vividor de ojos azules, o bien al lamentarse por los momentos que decidió no pasar junto a él. "Mierda, otra vez las ausencias". Esa idea perturbadora acaparaba su pensamiento y ensombreció aquel momento mágico con un tinte de amargura. ¡Maldita soledad..! Se levantó y pidió otra cerveza.




(escrito en agosto de 2003)

No hay comentarios:

Publicar un comentario