Me gustaría compartir con vosotros una reflexión acerca de
esta fecha, empezando por saber desde cuándo se celebra y por qué. Además quisiera comentar brevemente las
fórmulas de la sociedad de consumo, que nos intentan persuadir de que el amor
se demuestra pasando por caja, para terminar centrándome en un análisis
personal sobre el enamoramiento y el amor.
¿Quién fue San
Valentín?
Valentín fue un
sacerdote romano del siglo III d.C., época
del emperador Claudio II. Este lanzó un decreto prohibiendo el matrimonio a
todos los soldados, pensaba que de esta forma su rendimiento en las batallas
sería más alto, al no tener cargas familiares. A Valentín este decreto le
parecía injusto y por ello continuaba celebrando matrimonios en secreto entre
los jóvenes. El emperador se enteró y lo
mandó encarcelar. El 14 de febrero del año 270 fue ejecutado, no sin antes
haber devuelto la vista a la hija del carcelero, ciega de nacimiento, de quien
se dice que estuvo enamorado. Él le dejó
una carta escrita antes de morir y ella plantó un almendro junto a su tumba como
símbolo de agradecimiento. Desde entonces este árbol representa el amor y la
amistad duraderos. Dos siglos después el
Papa Gelasio estableció el 14 de febrero como día dedicado al santo.
¿Desde cuándo se
comercializa el día de los enamorados?
Contrariamente a lo que muchos puedan pensar, desde hace
mucho. Ya a mediados del siglo XIX hay constancia de la venta de unas tarjetas confeccionadas
expresamente para la ocasión y puestas a la venta en una librería de
Massachusetts. Los comercios encontraron
un filón con esta celebración, con el paso de los años la costumbre de regalar
se ha extendido a prácticamente todo el mundo occidental e incluso a algunos
países asiáticos como Japón, donde es casi de obligado cumplimiento obsequiarse
con chocolate y bombones.
A España la comercialización del día de los enamorados llegó
en 1948 de la mano del fundador de
Galerías Preciados, José “Pepín” Fernández.
¡A consumir!
Si de consumir se trata la oferta no puede ser más amplia,
ya no sólo basta con regalar flores, bombones, lencería o perfumes. A esto hay
que sumar cenas románticas en restaurantes que hábilmente suben los precios al
etiquetar al menú con un “especial San Valentín”;
escapadas para enamorados a la montaña, a la nieve, a París, Venecia, Roma…
Sesiones de spa y masajes… Este año el más poderoso reclamo publicitario es el estreno de la
adaptación del libro “Cincuenta sombras de Grey” en la gran pantalla. Todo
apunta a que la película generará beneficios impresionantes. O las pizzas en
forma de corazón que una conocida cadena se ha empeñado en meternos por los
ojos desde todos los canales televisivos, para aquellos con bajo presupuesto.
Quienes reivindican el espíritu alternativo también disponen
de oferta, nadie escapa a los tentáculos de la sociedad de consumo y por ello se programan actividades para los
amantes de la adrenalina, como puenting
o salto en paracaídas; para los amantes de la cultura, turismo urbano; para los
solteros, día de compras.
¡Alto! ¿Pero qué es
estar enamorado?
Centrémonos un poco y olvidémonos de los “días de” y de las
tarjetas de crédito. Vamos a parar un momento y aislarnos del marketing del
amor. Ahora miremos hacia adentro y preguntémonos si estamos enamorados o lo
hemos estado alguna vez.
A mi entender el enamoramiento tan sólo es la primera fase
del amor. Me gusta describirlo como una etapa de enajenación mental
transitoria, en la que nuestro único objetivo es estar el mayor tiempo posible con
esa persona que nos ha vuelto del revés como un calcetín. Todo lo demás es
secundario. Vivimos pendientes del móvil, queremos dar nuestra mejor imagen,
por dentro y por fuera, nos movemos en un estado de euforia y excitación constante,
con la sensualidad derramada en la piel y el deseo sexual encendido. Cuando se
acerca el momento del encuentro sentimos espasmos en el estómago, nos tiemblan
las piernas y somos incapaces de pronunciar una frase completa. Durante el
mismo, una burbuja de cristal nos envuelve, el tiempo se detiene, al contrario
que nuestro corazón, que se dispara en latidos, y nuestro erotizado cuerpo al
fin estalla de placer tras fusionarse con el del ser amado. Todo es tan
maravilloso, tan ideal que creemos haber tocado el techo de la felicidad. Tras
la separación, el vacío. Llega la tristeza, la melancolía y el ansia por que se
produzca una nueva cita. Y vuelta a empezar.
¡Menos mal que este
estado es pasajero! Si bien la experiencia nos aporta alegría, optimismo,
vitalidad y la recordamos como algo muy bonito, no hay cuerpo que resista ese
oleaje emocional durante mucho tiempo. Esto partiendo de la base de que seamos correspondidos.
De no ser así, la vivencia se convierte en una tortura, nos sentimos frustrados
y la autoestima baja unos cuantos peldaños. Aún así, hay algo que nos atrapa en
ese sufrimiento y en el fondo, vaya usted a saber por qué mecanismo masoquista,
nos gusta regodearnos en el llanto y encontramos placentera esta sensación, que
avivamos continuamente escuchando baladas románticas, escribiendo poesía o viendo
películas de relaciones imposibles, al más puro estilo adolescente.
¿Y entonces en qué consiste el amor?
Sergio Sinay, en su libro El buen amor (RBA Integral, Barcelona, 2006), nos ofrece esta reflexión: “ No empiezo enamorándome de la
persona a la que amo. Termino enamorado de ella al cabo de un proceso en el que
nos hemos visto como distintos, he conocido y he sido conocido, he aceptado y
he sido aceptado. Para cumplir la parábola que me lleva del enamoramiento
o de la pasión al amor, necesito tiempo.
Este trayecto se cumplirá en la medida en que ambos permanezcamos allí para
transitarlo”
Y esta es la clave, se necesita tiempo para conocerse y aceptarse
mutuamente. Pero además hay que añadir un segundo elemento: voluntad .El amor
es una decisión, y una decisión que nace de la libre elección. Escojo a esta
persona y me comprometo a amarla y
cuidar mi relación cada día. Puede que tengamos muchos puntos en común o puede
que seamos radicalmente diferentes, pero ahí está la magia, en emprender la
apasionante tarea de conocer al otro y conocerse a sí mismo en ese proceso, de
aceptarse cada cual como es en lugar de esperar transformaciones que jamás se van
a producir.
Si me convierto en sujeto activo del amor la relación fluirá
de una manera más saludable, puesto que decido amarte me interesaré por tus
cosas, propiciaré el diálogo contigo, querré conocer nuevos aspectos de ti cada
día, procuraré que las diferencias nos complementen y nos sirvan para
aceptarnos y respetarnos. Seré honesta con mis sentimientos y así te lo
transmitiré, viviré el presente y dejaré que todo fluya. Y por supuesto, antes
que nada me querré a mí misma.
Erich Fromm lo explica magistralmente en su obra El arte de amar, que recomiendo a
quienes no la hayáis leído. En la era de materialismo fagocitante en que nos
hallamos conviene separar lo superficial de lo que no lo es. Quizás así le
demos otro sentido al instante de entregar una rosa tal día como hoy al ser
amado o encender unas velas antes de cenar. Todo es cuestión de prioridades.